Mi primer embarazo tardó mucho en llegar. El camino fue largo así que cuando llegó el positivo decidí relajarme y disfrutarlo. Siempre he sido una persona cuadriculada a la que le gusta tener todo bajo control, pero el embarazo fue diferente. Apenas leí información y viví el día a día tal y como fue llegando. En mi primera clase de preparación al parto se habló de la lactancia materna. Todas las chicas que había allí tenían clarísimo lo que iban a hacer y por qué. Yo ni me lo había planteado. Llegó el momento del parto, que acabó en cesárea. Hasta 2 horas después no pude estar con mi hijo. En cuanto lo cogí buscó el pecho y se agarró a él con fuerza. En ese momento tuve clarísimo cómo lo iba a alimentar. Tuvimos dificultades, pero todo fue fluyendo día a día, incluso fui donante de leche materna. Nuestra lactancia duró 2,5 años y sentí que había vivido una de las historias más importantes de mi vida.
Tres años después llegó mi segundo embarazo, también tras un largo y duro camino. En este caso sabía cómo quería alimentarlo. Lo tenía muy claro. Las cosas no iban mal, pero en la semana 26 rompí aguas. Mi pequeño guerrero nació luchando en la semana 28+3 con 1150 gramos y una sepsis (entre otras cosas) que podía acabar con su vida en 24 horas. A las 3 horas del parto y sin haberlo visto todavía empecé a estimular mis pechos con un extractor del hospital. Cada 3 horas día y noche. Los primeros 2 días conseguí sacar algo de calostro que le pusieron en los labios al pequeño. De momento su alimentación era sólo parenteral. A las 48 horas tomó su primera dosis de alimentación enteral por sonda: ¡1 mililitro de leche de mamá!. En el hospital siempre tomó LM, en una ocasión le dieron leche de donante porque la mía no llegó a tiempo. Aquí aprendí lo importante que es la donación. A partir de la semana 33 lo empecé a poner al pecho directo. Cuando llegamos a casa fue todo muy difícil. No quería engancharse y tenía que darle parte de la LM en biberón. Fueron semanas muy duras, no sabía qué hacer. Leí un artículo sobre el agarre espontáneo en bebes de varias semanas y decidí intentarlo. Pasábamos horas piel con piel y yo simplemente le dejaba hacer. Se hizo el milagro. Llegó su momento y se enganchó con más ilusión que nunca. ¡Qué emoción! ¡Qué momento tan bonito! Todo mereció la pena, hasta las miles de horas conectada al sacaleches. Nuestra historia de lactancia sigue viva hoy en día, ya que 3 años después sigue tomando pecho. Me sigue emocionando tenerlo pegadito y tan contento. Recuerdo toda su historia (y la mía) de lucha en los comienzos y durante muchos meses. No quiero olvidar nunca todo lo que he vivido con mis dos lactancias, muy diferentes ambas pero mágicas las dos.